Hoy os voy a contar varias historias de como nuestro cuerpo tiende a automatizar movimientos, un hecho muy útil pero que a veces si le enseñamos mal, pueden ser muy dolorosos por el gasto de energía excesivo e inútil.

Seguramente muchos de vosotros lo habréis sufrido ya. ¿Os acordáis de cuando empezasteis a conducir? En esos momentos tu sistema de estrés está a niveles estratosféricos: vas a en un vehículo que no manejas bien, a toda velocidad, potencialmente peligroso para ti y los demás. Así que tu cerebro ordena una tensión muscular excesiva, todos los sistemas en máxima alerta (ojos, oídos, músculos…). ¿Os acordáis que conducir más de una hora era un suplicio? Y hasta posiblemente salierais del coche hechos polvo, con dolor de cuello, taquicardias, etc. Con el tiempo la mayoría de las personas se van relajando, posibilitando que únicamente utilicemos la musculatura necesaria para conducir e incluso acabamos automatizando los movimientos sin que nos demos cuenta. Cuando llevas un tiempo conduciendo, solo tienes que poner el piloto automático y disfrutar de la carretera. Y si eres de los que no consiguió relajarse, posiblemente para ti, conducir, siga siendo un suplicio.

Así que nuestro cerebro aprende y automatiza, y lo hace muy bien, pero a veces, la presión psicológica que recibe no consigue hacer tareas cotidianas de manera relajada y por tanto, con el paso del tiempo, acabará doliéndote hasta las pestañas. Y aquí es donde voy a contaros dos historias:

 

¿El ordenador es un horror?

Hace muchos años trabajaba en un call-center. Para quien haya tenido la fortuna de no trabajar en una empresa de estas, os contaré que es uno de los trabajos más estresantes que he vivido. Trabajos interminables, mucha presión por parte de los jefes, te contabilizaban hasta cuando ibas al baño y no sigo que no paro. En estas circunstancias, nuestro sistema nervioso del estrés está a tope. Necesitas mucha concentración, no cabrearte con quien hablas, no cabrearte con el jefe y hacer 3 tareas a la vez mientras hablas. Recuerdo que nos cambiaban de tarea cada pocos días y te soltaban ahí, a la buena de Dios y con llamadas a todo trapo. Mi pobre cuerpo cuando se sentaba frente al ordenador empezaba a contraerse, elevaba los hombros, contraía los glúteos, y mantenía una tensión muscular exagerada producto de la carga de trabajo y del estrés de no manejar nada la situación. Te pasabas así 8 horas seguidas y cuando te querías ir a casa parecía que te había pasado una apisonadora por el cuerpo: dolores de cabeza, dolores de cuello y lumbares… y si hablaba con mis compañeros todos estaban igual o parecido.

Lo curioso de esta historia es que cuando me sentaba en mi casa a jugar al ordenador, era incapaz de estar más de una hora, porque todos esos mecanismos musculares aprendidos durante 8 horas al día, mi cerebro los automatizaba y era incapaz de sentarme frente a un ordenador de manera relajada.

Tuve que tirar de mucha conciencia corporal y de técnicas de relajación para poder romper ese circuito de tensión. Entonces, ¿era el ordenador lo que me provocaba dolor? No. Ahora puedo estar horas aquí sentada escribiendo en el blog, o jugando o haciendo gestiones y no me produce ningún dolor.

 

Necesito tocar la batería y no puedo

Esta historia es de Alberto (nombre ficticio) que tocaba en un grupo. Siempre me venía con dolores en los codos, que siempre aparecían al tocar la batería. Hablando con el me di cuenta que en su cabeza rondaba mucha presión porque las cosas salieran bien, por no equivocarse y hacía que no disfrutase de tocar su instrumento. Tal era el estrés que le producía que nada más sentarse a tocar, al poco rato lo tenía que dejar del dolor.  Nunca observé nada que me indicara que en esos codos sucedía algo que le produjesen ese dolor. Le dije que observara su cuerpo como estaba cuando tocaba el instrumento … y ahí encontró el problema. Era incapaz de relajarse por las miles de presiones que rondaban su cabeza.

Intentó re-educar los movimientos, pero finalmente la presión pudo con él y acabó dejando el grupo. Y el dolor de codos… también se fue.

 

¿y vosotros? ¿Tenéis una historia de estas que compartir?

×